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Location: Chile

Sunday, March 12, 2006

Gente


Iba conduciendo por la carretera a 160 kilómetros por hora. Puede sonar una estupidez, pero siempre sigo rasgos cabalísticos en lo que me rodea.
Era un lunes por la mañana y el tránsito en Manhattan era pobre pero sofisticado. El disco de Johnny Cash se agotó cerca de la octava salida. Me vi en la obligación de abandonar mi cábala y me cambié al carril derecho para buscar entre las cosas de la guantera el cd case.
Habían empezado a sonar los primeros acordes de Waits cuando me disponía a pisar el acelerador, pero hubo algo que me catapultó a detener la acción instantánea que mi pie izquierdo negó casi con furia. Al costado de la carretera, a unos 20 metros de mí, había una chica rubia con vestido rojo, los flecos ondulaban al compás de los automóviles que pasaban por su izquierda, eso era realmente excitante. Se veía simplemente deliciosa parada allí, de brazos cruzados y mostrando interrumpidamente un trozo de muslo.
Paré.

La rubia se sube sin decir nada.

Yo también callo.

Era preciosa, tez blanca, ojos pequeños, cuerpo increíble y una boca fina que ya me lo había dicho todo, cuando realmente no me había dicho nada.
“Gracias... por detenerse” – me dijo por fin mirando al frente.
“Está bien, es difícil no detenerse frente a una chica hermosa” – Eso siempre funciona.
“....”
“Y... ¿qué es lo que hacías en medio de la 38?” – le dije mientras encendía un cigarrillo con un fósforo que lancé por la ventanilla.
“....”
Estaba difícil la chica, no me decía nada. Conduje por el carril del medio a 160 kilómetros por hora fumando mi cigarrillo y sosteniendo el volante con una mano. Se sentía bien así. Ir conduciendo a 160 kilómetros por hora por la carretera de Manhattan, fumando un cigarrillo mientras oyes un limpísimo Waits por la radio, con una hermosa rubia que acabas de recoger en la mitad de la “nada”.

“¿Puedo guardar algo en su guantera?” – me preguntó de pronto.
“Si es lo que necesitas...” – le dije.
Vi que se abrió un poco el vestido, (buenas piernas), metió sus manos por un lado y como hurgando en su vientre sacó una pelusa blanca que intentó meter en la guantera.
“¡Vaya! ¿Qué demonios (sí, demonios) estás tratando de poner en mi guantera?” – le dije asombrado por la pelusa blanca.
La muchacha no me prestaba mucha atención, no tenia miedo pero se notaba que estaba nerviosa... sin saber qué hacer.
“Calma, no te alarmes, es sólo un conejo...mira” – extendió sus manos.
Era un conejo. Definitivamente era un conejo blanco y peludo. Di la última bocanada y tiré el pucho a la autopista.
“¿Qué intentas hacer? ¿Y por qué mierda se te ocurrió que seria buena idea poner a ese conejo en mi guantera?”

Ya estábamos llegando a la Cuarta con Winston Road, adiós 160, adiós cábala, adiós Waits...
De pronto la muchacha miró hacia atrás, por sobre el asiento, y volvió a sentarse rápidamente, para luego quedarse muy quieta, casi acurrucada.
Sostuvo al conejo entre su mano derecha, y con la otra libre comenzó a sacar y a esparcir las cosas de la guantera por todo el piso. Discos, los papeles del auto, calendarios, folletos de inmobiliarias y restaurantes, monedas, un encendedor y una cajetilla de cigarros vacía. Puso al conejo dentro de la guantera y la cerró rápidamente.
“¡Mira el desastre que me has armado! Será mejor que nos detengamos a tomar algo y me lo explicas todo” – la verdad es que no me importaba mucho el hecho de tener a un conejo en la guantera de mi auto, ¡lo que si me importaba era saber por qué mierda tenía que tenerlo! Y además, moría por una cerveza helada…
Me detuve en el primer semáforo, doblé a la derecha y a mitad de cuadra apareció un boliche que se veía bastante... decente.

Entramos al bar.

Era un típico sucucho de barrio, uno que otro borrachín se esparcía por el inmueble y únicamente un barman parecía controlarlo todo.
Nos sentamos en la barra. Me gusta sentarme en la barra, mientras bebes tienes enfrente de ti un mar entero de alcoholes, bebes mientras los miras y piensas “Si, tú eres el próximo amigo”.
Pedí dos cervezas. En botella.

“Muy bien chica, ¿podrías explicarme un poco todo este lío que está sucediendo?”
“... Le agradezco mucho que me haya recogido señor, pero la verdad es que mucho no puedo explicar, sólo le pido que olvide todo lo que sucedió hoy, yo... ya me marcho”
“¡Hey hey! ¡No creas que voy a dejar que te vayas y quedarme aquí sentado con un conejo en la guantera!” – Le dije un poco cansado de su respuesta.
“...”
Y ahí llegaban nuestras cervezas. Dos buenas y hermosas cervezas heladas. Di un trago largo, luego otro.
“Bien, comencemos otra vez. ¿Qué tal? Me llamo George, me gusta intentar escribir cosas geopolíticamente incorrectas ¿cuál es tu nombre?”
“¡Mira imbécil no tengo tiempo para esto!” – me gritó con los dientes apretados y furiosos.
“¡Pero que mierda te pasa a ti! ¡Te subes a mi auto, no me dices absolutamente nada y más encima quieres largarte y dejarme con un maldito animal muerto en mi guantera!”
“No está muerto...” – fue lo único que dijo. Y se calló, y cruzó los brazos.... y miró su cerveza, pero no bebió.
“¿Te vas a beber tu cerveza chica?” – ya había acabado la mía y esa botella mojada me estaba llamando como a un lobo en celo.
“...” – no hubo respuesta.
Le di un trago a su cerveza.
“Mira, de todas formas voy a morir así que te lo voy a decir.... seguramente en cualquier instante entrarán dos tipos por la puerta, armados, mirarán dentro del bar y cuando sus miradas se crucen con la mía una ráfaga de balas me perforará alguna parte del cuerpo y si no te largas ahora tal vez una bala te destruya los testículos.” – me dijo con tono solemne. Era para reírse, era para darme cuenta que estaba perdiendo el tiempo, hace más de una hora que debería estar en el diario, pero bueno, George Naham puede llegar una hora tarde a su trabajo, después de todo, es el columnista menos mediocre que tiene la revista.
“Tienes suerte hombre” – me dijo de pronto y se acercó hacia mi por sobre la mesa. Casi bota la botella – “Ese conejo que tienes en tu guantera va a salvarte, sólo dale bien de comer y cada 19 de mes, podrás hablar con él”
“¡Jajaj!” – no pude contener la risa; di un largo trago a la cerveza... se acabó – ¡¿Quieres que hable con tu conejito?!, ¡vaya chica estás muy drogada! ¿Qué tienes?”
“¡ESTUPIDO!” – gritó.
Todos, es decir, las cuatro personas del bar, se dieron vuelta al unísono para clavarme sus miradas borrachas, encendiendo un cigarrillo, le pido otra cerveza al barman.
Creo que no lo noté, pero justo estaba descorchando mi botella y la espuma saltó directamente a mi entrepierna, al tratar de limpiarme perdí el equilibrio, porque el piso estaba mojado, y el taburete de madera rancia se vino abajo conmigo y todo... me sentí como un imbécil.
Me arreglé el cabello, solamente por hacer algo, y me puse de pie, al mirar hacia mi derecha vi un hilillo rojo que seguí hasta darme cuenta de que mi rubia estaba muerta. De boca sobre la barra yacía con dos orificios perfectamente alineados en su cráneo... la sangre era exactamente igual al color de su vestido, y todo había pasado en segundos, pero lo más asombroso, ¡había ocurrido lo que ella había dicho!

Tuve miedo, me puse pálido y comencé a sentir frío. En el lugar empezaba a llegar gente y se veía venir el espectáculo, así que dejé un billete sobre la barra junto al hilillo de sangre y salí lo más rápido que pude hacia la calle.

Me metí al auto y conduje sin sentido hacia el trabajo con un conejo en la guantera.
Eso si era cabalístico.

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